Y ahí se alzaba ella, la nueva y primera Presidenta
del Gobierno de España, sobre el resto de los españoles. Para engrandecer la
gesta, sus asesores habían decidido que el primer discurso no se hiciera desde
su balcón, sino en el monte, en los pastos, donde ella se sentía más
natural, más acostumbrada a tratar con la gente, quizás intentando emular a
Azaña con sus discursos en campo abierto.
Eran las dos de la mañana y sin embargo aquello
rebosaba de gente, españoles de todas las españas habían venido a verla, a
compartir el triunfo de la Democracia y a celebrar la victoria de su Equipo
(quizás quise decir Partido Político), poco importaba la hora, ellos irían con
ella a donde fuera, pues por una vez habían encontrado una verdadera alternativa
al turnismo político que estaban (estamos) viviendo.