Sin mucho interés, miraba lo que había para comer, y tras un
hondo suspiro de resignación, se hacía un bocadillo o se tomaba una tostada
cruda sin mantequilla, un condimiento al que consideraba desde hacía ya mucho
tiempo un lujo casi tan prescindible y necesario como el café, que nunca había
acostumbrado a tomar pues creía que la mejor manera de despertarse era dar un
paseo guiado por el gélido y confortante viento de la madrugada.
Y de esa manera, siguiendo sus creencias, sus siguientes
pasos se dirigían por todo el pequeño parque, que con sus árboles caducos y su
pequeño lago mostraba un aspecto sombrío durante el otoño que se vivía y que él
consideraba un contexto perfecto para dar rienda suelta a sus miedos y
preocupaciones, las cuales comenzaba a considerar como excesivas en número y
exageradas en importancia, pero que aún así no se podía quitar de la cabeza. Consideraba
que su mujer, a la que siempre había creído mucho más madura que él, no se
tomaba en serio la situación actual, y que ante los problemas que surgían, como
imitando a un filósofo, sólo proponía dejar el tiempo pasar, como si el tiempo
hubiera alguna vez logrado algo que no fuera matarnos a todos.
-Es que ella no comprende.- Le decía a los árboles que le
rodeaban.- se queda ahí, sin hacer nada, sin decir nada, mientras yo recorro la
ciudad en busca de algo con lo que aguantar una semana más.- Y ante el
silencio de sus arbóreos espectadores continuaba.- Sé que últimamente la suerte
no nos ha acompañado: primero yo perdí mi empleo, y luego ella –cada vez que
pensaba en ello, las lágrimas le asaltaban.- luego le diagnosticaron ese cáncer.-
volviendo al punto de partida, se sentó en el banco y ocultando las lágrimas al
mundo continuó para sí.- Me enseñó a luchar, nos enseñó a todos que por muy mal
que fueran las cosas no podíamos rendirnos, nos demostró cómo, unidos, podíamos
vencer los peores obstáculos que la vida era capaz de imponernos. -Sus ojos
comenzaron a cerrarse, agotados por tanto dolor.- Soy un imbécil, con todo lo
que ella ha sufrido no puedo pedirle más sacrificios, no, esta carga la llevaré
yo solo, y sólo por ella saldremos adelante y volveremos a ser una familia
feliz, con un buen trabajo y una buena casa.- Finalmente, el sueño le invadió.-
Los niños le despertaron horas después, era viernes y a
estas horas pasaban muchos en dirección al colegio. Oyó a uno preguntar que le
pasaba al señor ese del banco que vestía con trapos y olía tan mal, y burlándose
de él, le pegó una patada. La madre, sin dudar, lo agarró y le dijo que no debía
hacer eso, que el señor ese del banco que hablaba con los árboles estaba
enfermo y habia que tratarlo con respeto.
-¿Y de qué está enfermo, mamá? – Preguntó el niño con
curiosidad.
-De locura hijo.- Le contestó tajante la madre.
-¿Y por qué? – Preguntó el niño con curiosidad infantil.
-A veces, cuando perdemos lo que más queremos, como él, que
perdió a su mujer, las personas no somos capaces de afrontarlo, y preferimos
vivir en una ilusión que enfrentarnos a la realidad.
Tras esta reflexión, niño y madre caminaron en silencio sin
percatarse que al hombre del banco se le comenzaba a escapar una lágrima de
realidad.
Porque muchas veces nos burlamos de los sintecho sin pararnos a pensar qué es lo que les ha llevado a vivir de una manera que, estoy seguro, nadie elige voluntariamente.
Porque muchas veces nos burlamos de los sintecho sin pararnos a pensar qué es lo que les ha llevado a vivir de una manera que, estoy seguro, nadie elige voluntariamente.
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