lunes, 25 de noviembre de 2013

De otro relato aislado

A veces no hace falta que sea el día mundial de algo para recordarlo un poco y tenerlo siempre en la cabeza. Puede que esta entrada no esté muy relacionada con los temas que trato normalmente en el blog, pero al final la intención siempre es hacer pensar un poco, y como tenía esto un poco abandonado creo que es una buena manera de retomarlo.



Se despertó con el sonido del timbre y con mucha dificultad se levantó con intención de abrir la puerta, lo que no evitó que parara un segundo frente al espejo que decoraba su dormitorio. Sorprendido, vió en su pecho, colgando, una pequeña libreta titulada "léeme", mandato que obedeció sin dilación:

"De Javier para Javier, mi yo del futuro:

27/10
Es curioso como la mayoría de las personas se quejan de que toda su vida se reduce a una monótona rutina consistente en levantarse de la cama, ir al baño, desayunar, e ir a trabajar. Bueno, en cierto sentido no saben lo afortunado que son, porque tú (yo) no podemos disfrutar de ese pequeño placer que es la seguridad en el futuro, en despertarnos y saber que las cosas seguirán como ayer.
Supongo que leer estas palabras te costará más cada día que pasa, pero no se me ocurría una manera más sencilla de explicar que es lo que te está pasando. Habrá días que te levantes y no necesites recurrir a este cuaderno, porque sabrás perfectamente lo que hay dentro. Pero llegará el momento en que tus recuerdos comiencen a disiparse, te despertarás ignorante y mirarás con asombro a tu espejo, preguntándote qué es eso que cuelga de tu cuello, y te sorprenderá más aún el saber que has sido tú quien ha escrito cada una de las letras que hay en su interior y que no seas capaz de recordar ni tan solo una oración.
Llegados a este punto, no me voy a andar con más rodeos poéticos, tienes Alzhéimer, y mereces que seas tú mismo quien te lo diga y te comente algunos de los pensamientos que más han rondado por nuestra cabeza durante este tiempo..."

El timbre volvió a sonar recordándole que en el otro lado de la puerta había alguien esperándole, por lo que decidió interrumpir la lectura y atender a tan impacientes visitantes. Institivamente echó un vistazo por la mirilla y reconoció ninguna de las caras, aunque sin saber bien por qué abrió la puerta sin preguntar.

-Hola Papá.- saludó la joven chica rubia con un beso, seguido de un suspiro.- No me recuerdas ¿verdad?- él asintió. - soy tu hija, Cristina ¿no has mirado el libro?.- el rostro del padre permaneció mudo.- está bien, haremos una cosa, voy a hacerte el desayuno, tú siéntate en el salón y sigue leyendo, en un rato verás que todo está en orden.- la cara de desconfianza de su progenitor la hizo volver a suspirar.- mira aquí, es una foto tuya, en mi cartera ¿me crees ahora?.- él asintió inseguro y se encaminó al salón dispuesto a cumplir el mandato de su "hija".

"...Para empezar, no te voy a mentir, el suicidio es una idea que hemos barajado en más de una ocasión, y por eso merece la pena gastar unas líneas en recordarte por qué aún sigues leyendo esto.
En primer lugar, tus hijos, por si te has sorprendido, es importante que sepas que tienes dos, Juan y Cristina, tienes una foto de ellos al final del cuaderno."

Miró las imágenes e identificó a la chica con la mujer que se había presentado hacía unos minutos como su hija. Todo estaba correcto.

"Todos nos sentimos impulsados a proyectarnos en las personas que nos rodean, en transmitirles una parte de nosotros y así sentir que nuestra identidad sobrevivirá a nuestro cuerpo, al menos durante un tiempo. ¿Y dónde alargar nuestra vida más que en nuestra descendencia, en aquellos que han crecido bajo nuestra tutela y nos han tomado como referentes a lo largo de su vida? Quizás esta sea la razón por la que nos sintamos tan reacios a separarnos de ellos, a privarles de nuestro Yo a los que para nosotros, en el fondo, no son más que una prolongación de nosotros mismos. Decidir acabar con nuestra vida significaría un mal mayor que privarles de un miembro de su cuerpo, sería destruir una parte de lo que los hace únicos, de su ser interior, y esa es una responsabilidad que no estás dispuesto a asumir.
En segundo lugar, aunque bien podría haber ocupado el primero, tienes que pensar en tu esposa, aquella con la que has compartido felizmente cincuenta años de tu vida, y de la que hemos decididos todos tus yo que se han levantado cada día y han leído este cuaderno no adjuntar foto porque creemos que sólo se haría justicia con ella apreciándola en el lado izquierdo de la cama, mientras duerme. No te miento si te digo que ese será el momento más feliz de tu día, que algunas veces será toda una vida."

El corazón se le aceleró y con un brío renovado se levantó hacia el dormitorio recordando con dificultad algunos de los momentos más bellos que había vivido junto a ella ¿Cómo olvidarla si ella lo era todo para él? ¿Cómo olvidarla si en el fondo sabía que la segunda razón era la primera y que razones para vivir no había más que una?

Pero llegó al dormitorio y ella no estaba ¿cómo era posible? La cama estaba hecha, ella tenía la costumbre de hacer su lado cuando madrugaba, ahora lo recordaba perfectamente, doblando las sábanas con cuidado para no despertarle, sin saber que en verdad él la observaba en silencio, haciéndose el dormido. Pero ahora no sabía donde se había metido, y ella no había dejado una nota diciendo donde estaba ¿Y si le había pasado algo?

-¡Cristina! - gritó histérico.- ¡Cristina! ¿Dónde está mamá? ¿Qué le ha pasado a mamá? - sentía que el corazón se le paraba del terror.

-¡Papá! ¿Qué te ocurre? No grites, mamá ha ido a comprar unas cosas, ahora vendrá.- ella lo abrazó tiernamente.- no pasa nada, siéntate en el salón con Luis.-

-¿Luis? ¿Quién es Luis?.- preguntó él justo antes de descubrir que era el marido de su hija, ante lo que se tranquilizó y pidió que le dejaran ir al baño a lavarse la cara.
Ya en el baño se secó con la toalla tras enjuagarse y se quedó en silencio escuchando la conversación que se filtraba por la puerta entrecerrada "-¿Por qué no le has dicho nada? -¿Para qué? se olvidará en un rato ¿Habrá que repetírselo mil veces? ¿Hacerle sufrir ese dolor otras mil veces? Es peor que torturarle -¡Pero Cristina! Él merece saber que su mujer ha muerto ¿Qué le dirás cuando pasen las horas y ella aún no haya llegado? -Bah, en unos minutos ni se acordará de que ella existe."
Las lágrimas se le amontonaron en la cara y comenzó a notar como el aliento se le entrecortaba y le costaba respirar, parecía que le estaba dando un ataque al corazón. Se apoyó en el lavabo, bajó la cabeza y cogió aire intensamente intentando recuperar el control de sus pulmones. Volvió a mirar al espejo ¿Por qué estaba llorando?.

1 comentario:

  1. ¡Maravilloso! Es tan real que has conseguido que se me salten las lágrimas. No dejes de escribir nunca.

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