viernes, 17 de octubre de 2014

De lo que sabemos y lo que hacemos

¿Cómo te sentirías si te estafaran? ¿Cómo te sentirías si, tras gastar miles de euros ganados con el sudor de tu frente, con el sueño de lograr tu objetivo, de repente te dieras cuenta de que todo ha sido una farsa? De que todo lo que te habían prometido no había sido más que una mentira para mantenerte contento mientras te seguían esquilmando; y que cuando fueras a pedir justicia te dijeran que no pueden hacer nada, que todo es culpa tuya, por creerlos.

Te sentirías furioso ¿verdad? Furioso pero desvalido e impotente, y eso te enfadaría aún más, y entonces comenzarías a clamar venganza, a salir a la calle y hacer todo lo que está en tus manos para que no vuelva a ocurrir, para que los culpables paguen por el daño hecho ¿me equivoco? Seguro que no, lo que me hace preguntarme ¿Qué haces aún sentado leyéndome?



Todo lo que acabo de contarte no es más que la realidad de lo que estamos viviendo ahora mismo: nos dicen que vivimos en un mundo interconectado en el que la quiebra de un banco en EEUU puede suponer la bancarrota de países en Europa; nos piden que hagamos un sacrificio, que es sólo una parte del ciclo, que todo está previsto; luego nos cuentan algo sobre brotes verdes, al mismo tiempo que nos recortan derechos de servicios y nos aumentan los deberes fiscales; cargan el peso de la "crisis" en nosotros, animándonos a que aguantemos un poco más, y, mientras, nos dan con el palo, diciendo que la culpa de todo esto es nuestra, que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades... espera, espera ¿Que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades? ¿Y por qué?

La respuesta es muy sencilla, porque nuestros dirigentes no sólo lo han permitido, sino que incluso nos han animado, poniéndose a la vanguardia de todo este despilfarro. Hablar a estas alturas de los miles de millones que hemos desperdiciado -y seguimos malgastando- en grandes obras públicas innecesarias no es más que una pérdida de tiempo, porque es algo que ya todos sabemos. Y lo mismo ocurre con los bancos y cajas, que durante años han vivido en un sistema completamente ajeno al control externo y, en muchos casos bajo la dirección política, se han expandido descontroladamente hasta llegar a límites absurdos prestando un dinero que no tenían o que sabían que no iban a poder recuperar. Eso también lo sabemos, no es nada nuevo.

Tras la Transición nos han repetido, y vuelto a repetir, que todo iba a ser diferente, que al fin íbamos a integrarnos en Europa y que a partir de ahora todo iría hacia arriba, que cada año iba a ser mejor que el anterior, y que no hay que poner límites a nuestros gastos porque mañana tendremos más ingresos. Crecimiento, crecimiento, crecimiento, el bienestar está en el crecimiento, y cuando veían que se agotaba buscaban una nueva fórmula para que no decayera, hinchando la burbuja con la esperanza de que le explotara a su sucesor. Si había que presionar a los bancos para que prestaran dinero se les presionaba, si había que crear una caja para financiar proyectos que nadie en su sano juicio financiaría se creaba ¿y por qué? Porque nadie era responsable de sus actos. Y esto también lo sabemos

Y si lo sabemos todos, si ya conocemos lo que ha ocurrido, lo que está ocurriendo ¿por qué seguimos parados? ¿acaso somos imbéciles? Quizás tengamos que darle la razón a los alemanes -sí, esos que nos están dirigiendo ahora desde Berlín- y en realidad no somos más que un país de holgazanes y fiesteros, capaces de protestar y organizarse para exigir responsabilidad por una estafa en una fiesta, pero mudos e inválidos cuando se trata de nuestra vida, cuando está en juego nuestro futuro. Seamos sinceros, los grandes perjudicados no serán los banqueros o políticos que entren en prisión -si es que entran-, ni las personas mayores que ahora pasan por un mal momento -ellos ya actuaron cuando debieron-, los perdedores seremos nosotros. La Crisis de hoy no es sólo económica, es moral, sistémica, y está en nuestras manos, y no en la de otros, cambiar el rumbo que hemos tomado. Si nos levantamos del sillón, claro.


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