martes, 9 de diciembre de 2014

Día de Derby

Llevaban tiempo esperando este momento; el día en que, al fin, se iban a echar a la calle, todos juntos, bandera en mano, cánticos en la garganta y colores en el corazón dispuestos defender aquello que tanto amaban. La noche anterior habían dormido más bien poco, y desde primera hora de la mañana ya se podía ver a varios grupos frecuentando bares para desayunar y coger fuerzas ante la larga jornada, que prometía ser intensa tanto física como emocionalmente.

De la misma manera la televisión comenzó la retransmisión muy temprano, el derbi ocupaba las portadas de todos los periódicos y las hinchadas rivales eran conocidas por la larga trayectoria de enfrentamiento que se había producido entre ellas; llegando a protagonizar disturbios que, entre el alcohol y la euforia del partido, habían provocado cuantiosos destrozos en más de una ocasión. Y esta vez la prensa estaría ahí, en primera línea, dispuesta a retransmitir minuto a minuto y mantener enganchado al espectador.


Poco a poco la marea humana se fue haciendo cada vez más grande; desde el cielo parecían una enorme corriente blanca, por el color que todos llevaban para saber que estaban del mismo lado, dispuesta a engullir la ciudad entera si nadie los detenía. Sin embargo, según se iban acercando a la enorme plaza que se constituía como centro de la ciudad y de las celebraciones, se veía como desde el otro extremo otra masa de color negruzco se acercaba preparada a evitar la propagación del cáncer que, a juicio de estos últimos, representaban los Blancos.

Ya antes del partido se produjeron los primeros enfrentamientos, fruto de la mezcla de ambas aficiones, que fueron rápidamente disueltos por la mayoría que aún conservaba la cordura y que quería evitar que se repitieran las experiencias de las veces pasadas; aunque ello no impidió a los medios hacerse eco de estas primeras trifulcas, que les servían de justificación para criticar la enorme violencia que, semana a semana, rodeaba al deporte nacional.

Los cánticos y pancartas de los de blanco pronto comenzaron a inquietar a los de negro, que, viéndose en inferioridad, se dispusieron a adoptar actitudes más agresivas que amedrentaran a los locales, muchos más numerosos pero también pacíficos -con excepción de algunos grupos aislados, desdeñosos de toda clase de civismo-. Fruto de estas posturas, la tensión creció por momentos, electrizándose el ambiente y poniendo nerviosos a todos los presentes que, si bien presentían que el enfrentamiento iba a ser inevitable, se negaban a abandonar la defensa de aquéllo que tanto amaban.

Bajo este contexto el partido comenzó, pero los grupos ultras no estaban ahí para el partido; no, habían acudido para ajustar viejas cuentas con los del equipo contrario, sin importar cual fuera el resultado, sin percatarse de que el resto del país estaba más pendiente, gracias a la televisión y la radio, de lo que ocurriría en los alrededores del estadio que del resultado en el terreno de juego. Las peleas se hicieron cada vez más frecuentes, a cada momento más violentas y, poco a poco,  comenzaron a verse los primeros heridos, a llamarse a las primeras ambulancias, pero la policía no aparecía por ningún lado.

Los de negro habían decidido tomar la iniciativa y, fuertemente preparados, arremetieron contra la mayoría Blanca que, apabullada, trató de huir mientras recibía numerosos golpes de los agresores; los cuales, para más inri, sólo sufrieron pequeñas contusiones causadas por los pocos que habían contenido los nervios y habían respondido al ataque, lanzando piedras y, en general, todo lo que tuvieran a mano. Sin embargo, esto no fue suficiente y en pocos minutos la plaza se vació y, aquellos que habían venido desde diversas localidades para hacerles frente a los Blancos, tomaron el control de la misma. Por el camino quedaron numerosos heridos, visibles desde mucha distancia a causa del intenso rojo que teñía sus camisetas, nacido de los múltiples orificios que habían abierto en sus cuerpos.

Los medios, mientras, se relamían con las numerosas escenas violentas que los hinchas les habían brindado en la refriega, repitiéndolas una y otra vez para deleite de los espectadores.

Entrada la noche, la paz invadió de nuevo en las calles, todo había acabado al fin y el país entero observaba, en el telediario, como el resultado apenas se nombró de pasada y se dedicó el resto del programa a comentar la enorme batalla entre las aficiones rivales. Ni una palabra se dijo esa noche de cómo ese mismo día miles de personas salieron a la calle a defender sus derechos, vestidos de blanco para avisar de sus intenciones pacíficas; ni tampoco se nombró la violenta represión que, en un estado Democrático, los gobernantes habían ordenado ejecutar, a los cuerpos de seguridad, contra aquellos a quienes ellos deberían servir.


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